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Reggaeton, capitalismo e intelectualidad.

¿Debate abierto o vanalidad?

Escrito por Orfigyal | Orfigyal TOP 5 X Rastro Live

Actualmente el reggaetón se ha convertido en uno de los géneros que más dinero factura para la industria musical, y cuyos temas están en las listas de éxitos mundiales. El Global Music Report, hace ya 3 años, publicado por la IFPI; calculó que los ingresos de la industria musical Latinoamericana crecieron un 12% en 2016. El mayor incremento a nivel mundial, en gran parte gracias al reggaetón. Por ejemplo, en el TOP 50 de Spotify España encontramos en las primeras posiciones una canción de Bad Bunny, Jowell y Randy y Ñengo Flow, otra de J Balvin y otra de Anuel AA, a fecha mayo de 2020.

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Captura del Top 50 en Spotify

Estos datos sirven para orientar a la industria en las demandas del consumidor y ajustarse a sus preferencias. La música, nos guste o no, también sigue los principios de selección natural explicados por Darwin: las especies que mejor se adaptan al entorno, sobreviven. Sin financiación los artistas no pueden vivir de su música, en la medida en que esta es mercantilizada. Y los artistas de reggaetón deben estar amasando grandes fortunas hoy en día.

El hecho de que la tecnología haya favorecido la creación musical en el cambio de la era analógica a la digital, sumado al acceso globalizado del público a sus plataformas; ha podido dar lugar al consumidor del siglo veintiuno cuyo gusto es más variado y plural. Emergen incontables “géneros híbridos”, por ejemplo, mezclas de reggaetón con música electrónica como Kelman Durán, o flamenco con reggaetón, que era algo que sabíamos que iba a suceder en algún momento. Dado este fenómeno, establecer diferencias por géneros musicales es útil para ordenar las listas y bibliotecas, pero no tiene sentido dada la mezcla que existe en la actualidad. No hay categorías discretas como “música electrónica vs reggaetón” sino categorías complejas y plurales, o directamente, la ausencia de categorías.

Pese a los datos favorables respecto al desarrollo del reggaetón en nuestro país, continúa teniendo sus detractores. El rechazo al género se argumenta bajo ideas como “no es música intelectual o creada para y por colectivos intelectuales sino para la masa”. O “no es virtuosa en su técnica de creación” o “es música comercial o no creada para la cultura”, y en el peor de los casos, se hace referencia a la connotación sexual de sus letras como si pudieran influir en los comportamientos de los oyentes. Esto es como decir que por escuchar música clásica eres un erudito. O que por escuchar un sello que nació en un pequeño pueblo de Holanda en formato analógico, tienes mejor gusto musical. O que por escuchar canto gregoriano tienes una moralidad elevada. Estereotipos.

El argumento del virtuosismo

Vamos a verlo con un ejemplo. Si has estudiado pintura, es más probable que cuando visitas un museo, a la hora de interpretar un cuadro, tengas un sistema de referencia basado en el conocimiento de sus técnicas que te permite distinguir si ha sido creado con la brocha de un cierto tamaño o se ha empleado tal paleta de colores. Pero este ejercicio de interpretación de la obra puede o no interferir en la experiencia estética que evoca el cuadro en ti.

De hecho, en términos de intensidad e impacto emocional, podría aminorarla al racionalizar el objeto de arte, pero no en términos de creación de significado, pues esto se desplegaría. Como conocedor de la técnica cuentas con un sistema de referencia que te permite desglosar ciertos significados y establecer una determinada relación con la obra basado en la técnica. Esto puede o no enriquecer su significado, y puede enriquecer o no la experiencia estética con la obra.

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Evaluar el virtuosismo del creador al consumir un producto de arte es un ejercicio que, de manera tentativa, todo público suele hacer: las obras de arte tienen dos mensajes, primero el que hace su creador, y segundo, el que percibe la audiencia. Y este segundo proceso es infinito.

Sin embargo, el virtuosismo técnico no se corresponde con la experiencia del consumidor, es el consumidor quien finalmente determina si la obra sobrevive o no. Cuando consumimos arte, lo hacemos por el efecto que provoca en nosotros. Independientemente de si la canción se ha creado con un palo en 5 minutos, o con la maquinaria más cara durante un año. Las personas que creen que sólo se puede disfrutar de lo segundo, hacen del arte y la cultura algo elitista.

No tengo nada en contra de disfrutar del virtuosismo técnico, o que la experiencia del consumidor se despliegue debido a los significados que otorga a toda la ingeniería de sonido que subyace a una canción. Pero es que Bad Bunny cuenta con uno de los mejores equipos técnicos que existen. Incluso si argumentamos que es música creada para la masa, esto implicaría el desarrollo de un virtuosismo técnico tal que es susceptible de generar gran influencia en el público. Es decir, es una estrategia eficaz de venta. Y crear esto es algo muy virtuoso por otro lado.

En definitiva, el virtuosismo no influye per se en la experiencia del consumidor, es el consumidor el que influye en la obra siendo capaz o no de elicitar ciertos significados o experiencia en el consumo de la pieza musical. Al final el consumidor musical compra el efecto que produce en él, no cómo ha sido producido. De hecho, esta concepción del artista como técnico fue superada en el Renacimiento.

Defender que existe mayor o menor calidad musical según los medios técnicos con que se genera una obra incurre también en una idea en un cierto modo capitalista, porque no todos los artistas cuentan con esos medios. Si comparáis los primeros video clips de Bad Gyal con los actuales, la diferencia en cuanto a inversión técnica es notable, ¿pero a quién no le gustan más sus primeros temas? A mi sí.

Bad Gyal en sus inicios
Bad Gyal actualidad

El argumento de la música intelectual

Es genuinamente aceptable el rechazo a un género musical o a un artista; pues como en cualquier estilo de arte, las personas tenemos derecho a establecer nuestras preferencias. Sin embargo, a veces la forma de argumentar estas preferencias puede enmascarar, de manera consciente o no, una cierta ideología que si se explora, puede tener raíces basadas en la discriminación o estereotipos sociales.

Entender la música y los efectos que causa en las personas, atiende a motivaciones emocionales y no a razones intelectuales. Es decir, la música en el receptor tiene un componente predominantemente emocional; frente a otras artes, pues es la única vía de estimulación y acceso a los recuerdos y significados personales que está preservada en condiciones nemésicas, como el Alzheimer; por encima de los recuerdos verbales y narrativos. Esto es así porque los recuerdos con huella emocional se olvidan menos que aquellos verbales, y la huella emocional se genera en gran parte debido a la estimulación sensorial y el afecto que produce.

Estos hallazgos demuestran que la música está impregnada de emoción. De hecho, es un arte capaz de cambiar nuestro estado emocional: proporcionar alegría o desplegar tristeza. Y no sólo eso, también nos ayuda a transitar las emociones, evocar recuerdos relacionados con el sentimiento que esa canción ha generado, y procesar dichas emociones. Es un lugar común escuchar música de desamor tras una ruptura amorosa, y eso es sano, porque permite resonar con una emoción difícil de expresar con palabras pero que la música describe, como afirmando “esto es justo lo que siento ahora”.

Además la música es como una religión en cuanto a que permite vehicular a las personas en un sentimiento común. En cierta medida, nos permite pertenecer a algo que trasciende al individuo, a través de la emoción que produce de manera socialmente compartida. Y es por ello que las películas emplean banda sonora, porque permite otorgar el marco de referencia adecuado para discriminar de entre varios significados posibles de la performance. ¿Una película de miedo, sin los sonidos necesarios, realmente evocaría miedo? Pues eso.

Dicho esto, establecer la diferencia entre música intelectual y música que no lo es, no tiene ningún sentido. Porque la música es un vehículo de acceso directo a la emoción, no al intelecto. Por mucho que alguna música “te haga pensar”, lo hace bajo la condición del estado emocional en el que te ha imbuido. De hecho, si habéis visto la película de La Naranja Mecánica, es una melodía la que hace al protagonista descontrolar su impulso sádico, asociado a numerosos comportamientos y motivaciones de destrucción. Por tanto, si el argumento es que existe música que invita a pensar y música que no invita a pensar, esta diferencia no se puede establecer por se basándonos en lo que esa canción provoca sino en el uso que se hace de ella. Y este uso, está socialmente establecido según los significados que se le otorga.

La naranja mecánica

La asunción de que existe música intelectual establece una jerarquía entre música consumida y creada por ciertos colectivos que han podido tener menor acceso a la escolarización. Pues no olvidemos que el reggaetón en sus raíces se asocia a violencia e hipersexualidad; que en general son comportamientos poco sofisticados, más instintivos. A diferencia de la música para la que hace falta una “ingeniería de sonido” en su creación y que sólo ciertas élites cultivadas y con acceso material a esa formación podrán disfrutar, debido a su entendimiento. Falaz, muy falaz. Hay estudios que asocian los gustos musicales a la personalidad, pero no son concluyentes. Y mucho menos lo es asociarla al estatus socio económico, dado que la tecnología ha garantizado un acceso globalizado a la música en la actualidad.

El argumento de la música comercial

Por último, la mayoría de estas ideas están también ligadas a la diferenciación entre la música comercial. Creada para el pueblo, una masa genérica informe y fácil de amansar porque no tiene criterio; frente a otro tipo de música selecta. Se da a entender que se trata de un público poco formado en torno a sus gustos. Como si la experiencia en general no contara, sino sólo un determinado tipo de experiencia.
Los gustos los forman las personas y básicamente se refieren a la atracción por un conjunto de estímulos en función a la historia previa. Todos tenemos historia previa. No hay gustos más selectivos que otros. Sofisticar el gusto musical debería empezar a basarse en la pluralidad de géneros o la desaparición de categorías musicales, frente a la selección y preservación de un cierto tipo de música que aumenta en su valor cuando no es comercial.

Además afirmar que la música comercial no es cultura es falaz. Todo es cultura. Es música creada para la cultura y en nuestra cultura. Es inseparable la noción de arte, música y cultura como trinomio. Incluso cuando la obra de arte se basa en poner un vaso medio lleno o medio vacío en la Feria de Arco, sigue siendo arte. Y esto ha pasado en las artes plásticas igual que ha pasado en la música. Y los que se llevan las manos a la cabeza por la falta de virtuosismo o la sencillez en la creación técnica se olvidan de que la experiencia estética, el proceso de creación y el impacto social son igualmente complejos. La mafia del amor es cultura también.

Fin del debate

Este es el debate, que, explicitado de esta forma, resulta un debate absurdo; pero en la realidad social todavía son frecuentes estas afirmaciones en torno al reggaetón.


El consumidor actual, por las condiciones existentes en la industria, se diversifica y es capaz de disfrutar tanto del acid jazz tanto como del flamenco; igual que somos capaces de experimentar la puesta de sol o la vibración de un electrodoméstico porque somos un organismo que siente.


Por tanto, este debate se situaría como algo anticuado en la medida en que el reggaetón desde que se importó a nuestra cultura hace no más de 20 años, se ha normalizado. Nadie se asusta si suena reggaetón en un supermercado. Y tampoco es parte del ideario común relacionarlo con la violencia, ni incita a ella en las salas donde se escucha, por lo menos ya no. Es por ello que pudiéramos estar hablando de un género que si bien pudo ser controvertido en sus inicios, actualmente queda normalizado y este debate puede tener ya un punto y aparte.

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